El 16 de julio de 1945, a las 5:29 am, científicos y oficiales militares detonaban en el desierto de Nuevo México la primera bomba nuclear de la historia. La ‘Trinity’, como la llamaban, era el resultado del ultrasecreto Proyecto Manhattan, dirigido por el mayor general Leslie Groves, del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos, y por el enigmático físico nuclear, director del Laboratorio Nacional de Los Álamos, Robert Oppenheimer.
Semanas después, el 6 de agosto, a las 8:15 am, explotaba la Little Boy, la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima desde un bombardero estadounidense. Al cabo de tres días, caía una segunda bomba nuclear en la ciudad de Nagasaki. Seis días tardó el Imperio de Japón en anunciar su rendición incondicional frente a los Aliados de la II Guerra Mundial.
Se calcula que debido al ataque, y a los efectos posteriores de la radiación, murieron unas 250.000 personas. Años más tarde, Oppenheimer diría que al observar la detonación de ‘Trinity’ se le pasaron por la mente unos versos del texto indio Bhagavad Gita: “Me he convertido en muerte, en destructor de mundos”.
Dos años antes, Oppenheimer llegaba con su familia al complejo militar de Los Álamos. El momento se puede revivir ahora gracias al cineasta Christopher Nolan, quien acaba de estrenar un biopic sobre el físico basado en American Prometheus, una biografía escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin que en España ha publicado Ed. Debate. En la escena se le ve conducir un descapotable de la época, con uno de sus sombreros que acostumbraba llevar bien calado, con su mujer Kitty en el asiento del copiloto, llevando a la hija de ambos en la falda. Queda una estela de polvo al paso del vehículo. Dejan atrás la histórica puerta de seguridad de la entrada al recinto de Los Álamos, pintada de reluciente blanco, recreada hoy en el Parque Histórico Nacional del Proyecto Manhattan. Durante esa época, Los Álamos estuvo fuera del mapa.
“Oppenheimer consiguió lo que deseaba —se puede leer en Prometeo americano—, una vista magnífica de las montañas Sangre de Cristo. Y el general Groves consiguió un lugar tan aislado que solo llegaba hasta él una serpenteante pista sin asfaltar y una línea de teléfono”. A lo largo de los meses siguientes de escoger la ubicación, los equipos de construcción levantaron barracones y laboratorios muy rudimentarios, techados con tejas y hojalata. Todo se pintó de color verde militar.
Eso fue solo el principio. “Construyan el pueblo y háganlo rápido. Si no dejan que los científicos traigan a sus familias, no conseguiremos a los mejores”, se escucha en un momento del diálogo de la película de Christopher Nolan. Y así fue exactamente. En el verano de 1945, aquel primer asentamiento militar improvisado había crecido. Para entonces, Los Álamos era ya una ciudad pequeña donde vivían cuatro mil civiles y dos mil militares, pero afuera nadie sabía de ella.
El primer laboratorio de armas nucleares del mundo tenía alojamientos para solteros y casas para familias de una, dos o tres habitaciones. Las viviendas estaban amuebladas y tenían electricidad —“aunque no se instalaron teléfonos por motivos de seguridad”, tal como recogen Kai Bird y Martin J. Sherwin en su libro—. Las cocina estaban equipadas con estufa de leña y calentador de agua, había chimenea y nevera. Había también un colegio para niños, biblioteca, lavandería, hospital y servicio de recogida de basura. Una tienda del ejército hacía la función de colmado. Se programaban pases de películas y excursiones por el entorno y Oppenheimer prometió que habría una cantina, un comedor para solteros y una cafetería “elegante” para que las parejas salieran a cenar.
“Los Álamos era una anomalía”, explican los autores de Prometeo americano. Se refieren a que era una excepción social, un experimento antropológico si se quiere. Allí nadie superaba los 50 años y la media de edad era de 25, no había personas incapacitadas, ni familias políticas, ni desempleados, ni ricos, ni ociosos, ni pobres. El ingeniero James Tuck dijo que en Los Álamos encontró el espíritu de Atenas, la república ideal de Platón. Una Atenas científica de prometeos que iban a entregar a la humanidad el fuego más sobrecogedor de la humanidad.
Como se puede ver en la película de Christopher Nolan, el Proyecto Manhattan no hubiera sido posible sin los logros en arquitectura, ingeniería y planificación urbanística desarrollados en las tres ciudades, donde los científicos y todos los responsables debían sentirse como en casa. Las tres ciudades adoptaron para su diseño las ideas de urbanismo más vanguardistas, pudiéndose rastrear precedentes en la Bauhaus y en el movimiento Garden City de Gran Bretaña y los defensores de las viviendas prefabricadas, además de otras escuelas modernas de pensamiento arquitectónico. De algún modo, todo aquello funcionó como una prueba para futuros desarrollos urbanos y como pistoletazo de salida para Era de la Opulencia, el auge económico que se iba a vivir especialmente en Estados Unidos durante la posguerra.
Hay una foto antigua en la que se pueden ver una hilera de viviendas unifamiliares en Oak Ridge. Tienen la planta superior en voladizo gracias a unos esbeltos pilares, formando un porche donde hay un vehículo aparcado en la sombra; las ventanas tienen porticones para regular la entrada de la luz que van a juego con el revestimiento de madera de las fachadas; se adivina un interior confortable. Su modernidad es tal que podrían ser objeto de deseo de cualquier familia actual.
Estas viviendas fueron uno de los tipos diseñados por Skidmore, Owings & Merrill (SOM) para construir en las tres ciudades del Proyecto Manhattan. Hoy son unos gigantes entre las firmas de arquitectura e ingeniería a nivel mundial capaces de levantar una torre como la Burj Khalifa en Dubai, pero en la época apenas era un pequeño despacho de apasionados arquitectos. Una de las casas más comunes en Oak Ridge fue el modelo B-1 (cada configuración modular disponía de un código diferente), más conocidas como Flat Top por su techo plano. En las fotos de la época se ve en todas las ventanas macetas con flores.
Construida desde cero en medio año para producir combustible para las bombas atómicas, Oak Ridge se concibió inicialmente como una ciudad para 13.000 personas, pero creció hasta sumar 75.000 al final de la guerra, la mayor de las tres ciudades secretas. Las imágenes en blanco y negro que fueron tomadas en la época muestran comunidades aparentemente felices, jóvenes disfrutando de la piscina, parejas en el restaurante, patios de juego para los pequeños. Lo contrario a la idea que se pueda tener de un laboratorio militar.
Eso es lo que más sorprende de la existencia de las ciudades del Proyecto Manhattan, que la vida cotidiana fuera la común de los años 40 estadounidenses en el lugar donde se estaba preparando la bomba con mayor capacidad de destrucción creada por la humanidad hasta entonces.
Setenta y ocho años después de la aparición de aquella nube fantasmagórica alzándose poderosa en el desierto de Nuevo México, en el lugar de la explosión hay un monolito, es el Monumento Trinity, formado por una roca áspera y oscura en forma de obelisco de alrededor de cuatro de altura que marca el hipocentro de la explosión. Se puede visitar solo durante el primer sábado de abril y de octubre y aún existe una pequeña radiación residual en el lugar. Cuando EE. UU. lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima, el secreto de las ciudades secretas salió a la luz pública.
Fuente: José Alejandro Adamuz / National Geographic Viajes
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