Essaouira suena al murmullo de las olas atlánticas derramándose sobre la playa, al agua fría del océano chocando contra los muros que protegen la Medina. La bruma se desprende de la marea y recorre las calles de la única ciudad marroquí que, lejos de ser un laberinto de pasajes y avenidas, fue diseñada según el trazado urbanístico romano. De ahí viene su nombre, que en árabe significa “la bien dibujada” o “la pequeña imagen”.
A menos de 200 kilómetros de la caótica Marrakech y la costera Agadir, el clima fresco y ventoso de Essaouira la distingue del resto de ciudades del país y atrae, durante todo el año, a marroquíes y viajeros que huyen del calor y se resguardan en este remanso de paz. Sin embargo, a diferencia de las turísticas Rabat o Marrakech, Essaouira continúa siendo un destino desconocido para muchos, por eso se dice que es uno de los secretos mejor guardados de Marruecos.
Entrando a la ciudad por una de las tres puertas monumentales de acceso, pronto se llega al corazón de la Medina. El centro histórico está repleto de pequeñas tiendas en las que se venden las artesanías típicas de Essaouira: la cerámica, la madera de thuya y la joyería amazigh. Además, hay puestos de fruta y pescado fresco, comercios dedicados a la venta de especias o aceite de argán, boutiques en las que se pueden comprar cestos y demás objetos elaborados con rafia de Madagascar y muchas otras tiendas en las que lucen los zapatos coloridos y las vestimentas típicas marroquíes.
El orden con el que se pensó y construyó Essaouira se percibe más allá del plano, ya que al dejar la avenida principal y avanzar por las arterias secundarias rápidamente se distinguen los tres espacios diferenciados en los que se desarrolla la actividad de la ciudad: por un lado, los centros religiosos, por otro, las calles comerciales y, por último, las calles reservadas para las viviendas. De esta manera, tal y como afirman los guías locales, Essaouira tiene “tres espacios para tres vidas”: la espiritual, la material y la doméstica.
Al margen de los habitantes, el único elemento constante que se advierte en todos y cada uno de los espacios de la ciudad (y que pasea de un barrio a otro ignorando las divisiones internas de Essaouira) son los gatos. En la cultura musulmana, el gato es considerado un animal puro, ya que Mahoma, el profeta del Islam, era un gran amante de estos animales. Por eso los felinos tienen permitido adentrarse en las tiendas, dormir acurrucados bajo las alfombras que venden los comerciantes, deambular junto a los muros de piedra y estirarse a tomar el sol allí donde les plazca, como personajes secundarios pero inmutables que son de la ciudad.
Además de sus extraordinarias condiciones climáticas, Essaouira se diferencia del resto de ciudades marroquíes por haber sido, desde su fundación, un lugar construido en pro del respeto y la tolerancia. Prueba de ello es que en sus calles conviven musulmanes, judíos y cristianos en perfecta armonía.
La simbología de las tres religiones aparece constantemente en las fachadas de los edificios: la media luna islámica, la estrella de David judía y la concha de Santiago. Sin embargo, lejos de corresponder cada símbolo a los centros religiosos o espacios dedicados a cada confesión, estos se mezclan al igual que lo hacen sus habitantes. En Essaouira es común hallar sobre las puertas verdes que indican la entrada a una mezquita la estrella de David o la concha de Santiago, como símbolo de la coexistencia y el respeto entre las religiones, al igual que la mano de fátima aparece en las paredes del barrio judío.
La máxima representación de esta ideología se encuentra al sur de la ciudad, junto al puerto: es la puerta Bab El Marsa, conocida por los lugareños como “la puerta de la tolerancia”. En el friso de este gran portón de piedra hay tres medias lunas en el centro, dos flores en cuyo interior aparece la estrella judía y, en la parte superior o tímpano, una concha cristiana. Así, cualquiera que entre en Essaouira a través de esta puerta puede advertir que, en esta localidad, las personas son “primero marroquíes y luego de su confesión”.
Fuente: Aitana Palomar S. / National Geographic Traveler
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