Conversamos con Eduardo Pichilingue, coordinador de la Alianza Cuencas Sagradas, sobre cómo impulsar economías locales sostenibles basadas en la riqueza natural de la Amazonía
El extractivismo, sobre todo petrolero y minero, ha sido durante décadas el motor económico de Ecuador. Sin embargo, sus graves impactos ambientales y sociales han provocado un creciente rechazo por parte de la población, especialmente en la Amazonía. Como respuesta a esto, la bioeconomía aparece como una alternativa real que, lejos de frenar el desarrollo, puede impulsarlo de manera sostenible.
La bioeconomía aprovecha la gran diversidad biológica de los ecosistemas para crear productos valiosos, al mismo tiempo que los conserva. Se trata de desarrollar emprendimientos locales, generalmente comunitarios y de pequeña escala, basados en el uso de plantas nativas con algún valor comercial como alimentos, aceites, fibras, medicinas, etc.
Uno de los mayores defensores de este modelo en el país es Eduardo Pichilingue, coordinador de la Alianza Cuencas Sagradas y colaborador de la Fundación Pachamama. Pichilingue explica que “cuando hablamos de bioeconomías, estamos hablando de economías más locales que se podría pensar en una diversificación económica que nos dé un ingreso mucho mayor, no solamente a las economías locales, sino al país a mediano o largo plazo”.
La vainilla y el cacao son dos claros ejemplos de productos amazónicos muy cotizados en mercados globales que ya producen importantes ingresos a varias comunidades indígenas.
Incluso, la Fundación Pachamama logró hallar una nueva variedad de vainilla originaria de Ecuador, más productiva y valiosa que la asiática que actualmente domina el mercado. Este tipo de emprendimientos han permitido a familias indígenas generar ingresos y mejorar su calidad de vida sin tener que abandonar el bosque.
Frente al argumento de que el extractivismo es necesario para financiar obras públicas y combatir la pobreza, Pichilingue señala que “hay un pequeño una pequeña cantidad de la población que realmente accede a eso y el resto de la población simplemente está mendigando alrededor”.
Explica que las tecnologías extractivas buscan ante todo abaratar costos y aumentar producción, no proteger el ambiente o las comunidades. Por ello, a pesar de décadas de extracción petrolera, los indicadores sociales en la Amazonía siguen rezagados respecto al resto del país.
La bioeconomía, en cambio, genera desarrollo a escala local, conserva ecosistemas críticos para la regulación del clima global, como la Amazonía, y distribuye mejor la riqueza. Ecuador ya dio pasos trascendentales para transitar a este nuevo modelo al ganar la consulta popular que protege el Yasuní de la explotación petrolera.
Ahora, es responsabilidad del Estado respetar la voluntad popular e impulsar alternativas económicas acordes a esa decisión, en lugar de insistir en un nuevo referéndum. La conservación del Yasuní y otras áreas protegidas puede ser la piedra angular de una economía más diversificada y justa para el país.
Fuente: Portadas | prensa.ec
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