La guerra comercial entre Estados Unidos y China ha desviado las exportaciones chinas hacia países como México, Brasil e Indonesia, generando una nueva ola de competencia y desafíos para las economías emergentes.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China, iniciada por los aranceles impuestos por el expresidente Donald Trump, ha provocado un reacomodo global de las cadenas de suministro. Ahora, las exportaciones chinas se dirigen masivamente a mercados emergentes, lo que ha generado un nuevo “shock chino” que afecta a países como México, Brasil e Indonesia. ¿Cómo están respondiendo estas economías y qué implicaciones tiene este fenómeno para el comercio global?

El término “shock chino” fue acuñado en los años 90 y principios de los 2000 para describir el impacto de la avalancha de importaciones chinas en la economía global, especialmente en Estados Unidos. “shock chino 2.0” esta nueva fase no solo afecta a Estados Unidos, sino que se ha extendido a mercados emergentes en América Latina y el sudeste asiático.
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La imposición de aranceles por parte de la administración Trump y las medidas recíprocas de China han alterado drásticamente las dinámicas comerciales globales. Ante la dificultad de exportar a Estados Unidos, China ha redirigido sus productos hacia otros mercados, especialmente aquellos con economías emergentes. Países como México, Brasil e Indonesia, que dependen en gran medida de sus sectores manufactureros, ahora enfrentan una competencia sin precedentes por parte de productos chinos más baratos.
Este cambio ha provocado el cierre de fábricas locales y la pérdida masiva de empleos en sectores clave, replicando lo que ocurrió en el “cinturón de óxido” de Estados Unidos durante el primer shock chino.

Frente a esta nueva realidad, los gobiernos de los mercados emergentes se encuentran en una encrucijada. Por un lado, las industrias y los trabajadores exigen medidas para proteger sus economías. Por otro, China sigue siendo un socio comercial clave, un gran comprador de materias primas y una fuente importante de inversión extranjera directa.
Hasta ahora, las respuestas han sido limitadas. Algunos países han implementado pequeños aranceles sobre productos como el acero o han ajustado sus impuestos al valor agregado (IVA). Sin embargo, estas medidas son insuficientes para contrarrestar el impacto de las exportaciones chinas.
En medio de este escenario, China ha intentado reorientar su economía, pasando de ser una potencia manufacturera a impulsar la demanda interna. Programas como subsidios para la infancia, aumentos salariales y estímulos a los mercados regionales buscan reducir la dependencia de las exportaciones. Sin embargo, estos esfuerzos aún no han dado los resultados esperados.
Aunque los programas para estimular el consumo interno podrían cambiar esta dinámica en el futuro, por ahora, la realidad es que China sigue siendo una potencia exportadora que inunda los mercados emergentes con sus productos.
El “shock chino 2.0” plantea desafíos significativos para el comercio global. Por un lado, los mercados emergentes deben encontrar formas de competir con los productos chinos sin dañar sus relaciones comerciales con el gigante asiático. Por otro, la dependencia de China como fuente de inversión y comprador de materias primas limita las opciones de estos países para implementar medidas proteccionistas.
Además, este fenómeno podría acelerar la reconfiguración de las cadenas de suministro globales, con empresas trasladando sus operaciones a países menos afectados por la competencia china. Sin embargo, esto también podría generar tensiones geopolíticas y económicas, especialmente si los gobiernos deciden tomar medidas más drásticas para proteger sus industrias locales.
El “shock chino 2.0” es un recordatorio de la interdependencia del comercio global y los desafíos que enfrentan las economías emergentes en un mundo cada vez más competitivo. Mientras China busca reorientar su modelo económico, los países afectados deben encontrar un equilibrio entre proteger sus industrias y mantener relaciones comerciales clave. La pregunta que queda en el aire es: ¿Podrán los mercados emergentes adaptarse a esta nueva realidad sin sacrificar su crecimiento económico?

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