Beijing eleva los aranceles a casi todos los productos estadounidenses, desatando una nueva fase en la guerra comercial que amenaza con incendiar los mercados.
La última jugada de China no es solo una represalia: es una declaración. A partir del 12 de abril, el gigante asiático impondrá un arancel del 125% a las importaciones de Estados Unidos, desafiando abiertamente a la administración Trump y calificando sus medidas como “una broma”. El tablero global de la economía vuelve a tambalear.
Durante años, la guerra comercial entre las dos principales economías del mundo ha sido un tira y afloja de amenazas arancelarias, reuniones fallidas y comunicados vacíos. Pero esta vez, algo cambió. China no solo impone un arancel brutalmente elevado, sino que además decide dejar de prestarle atención a cualquier nuevo aumento desde Washington.
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“Las acciones de la administración Trump se han convertido en una broma”, declaró el vocero del Ministerio de Comercio chino. No es solo un cambio en la política fiscal, es una afrenta directa al discurso de fuerza que el expresidente estadounidense tanto ha cultivado.
Christian Mueller-Glissman, estratega de Goldman Sachs, fue categórico: “El mercado odia la incertidumbre, y esta escalada solo la multiplica”. En efecto, el impacto se sintió de inmediato: desplomes bursátiles, fuga de capitales y una renovada sensación de que la próxima gran recesión podría tener pasaporte arancelario.
La pregunta no es quién impuso primero los aranceles, sino quién cederá primero sin parecer débil. Tanto Donald Trump como Xi Jinping están atrapados en un teatro geopolítico donde la audiencia –sus votantes o su pueblo– exige una actuación sin titubeos. Ninguno quiere dar el primer paso hacia el diálogo, por miedo a parecer derrotado.

Mientras tanto, la economía global tiembla. China se ha preparado cuidadosamente para esta fase. Su estrategia ha sido clara: diversificar su comercio, fortalecer sus lazos con Europa y Asia, y reducir la dependencia de EE. UU. en bienes críticos.
¿El resultado? Una economía china menos vulnerable y con margen para resistir el golpe. En contraste, el impacto para el consumidor estadounidense es más inmediato. La inflación en sectores clave como alimentos, tecnología y transporte amenaza con explotar justo en medio de un año electoral.
La señal fue inequívoca. El mercado de valores cayó, el rendimiento del Tesoro se desplomó y los analistas ajustaron sus previsiones. Para Goldman Sachs, el riesgo de recesión en EE. UU. se ha disparado.
Y no es solo teoría. Los llamados “indicadores de alta frecuencia” –aquellos que reaccionan casi en tiempo real– ya muestran un deterioro: menor inversión, caída del consumo y ajustes en las condiciones financieras.
El dilema es brutal: mantener la “guerra santa” contra China puede servir de plataforma electoral para Trump, pero amenaza con arrastrar a Estados Unidos a una recesión autoinfligida. Una paradoja digna de estudio: ganar la narrativa, perdiendo la economía.
La falta de diálogo directo entre ambos líderes es otro indicio de que la escalada continuará. No hay llamadas, no hay cumbres, apenas mensajes cruzados con sabor a propaganda. Mientras Xi Jinping recibe a líderes de la UE en Pekín, Donald Trump redobla su retórica anti-China.
“Este es un ciclo vicioso de escaladas y pausas temporales que el mercado ya no tolera”, reflexionó Rosalind Mathieson, analista de Bloomberg. Pero la gran incógnita sigue en pie: ¿alguno de los dos está realmente interesado en una solución, o solo buscan evitar parecer débiles?
La guerra comercial dejó hace tiempo de ser un debate técnico sobre balanzas de pago. Hoy es un duelo entre dos líderes que juegan ajedrez con la economía global, mientras el tablero se resquebraja.

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